El envejecimiento es acompañado por cambios en cada capa de la piel, afectando tanto a las formas como a las sustancias que contienen cada una de ellas. Los signos se manifiestan en la superficie de las tres: epidérmicas, dérmicas y subdérmicas.
Los signos se manifiestan en la superficie de las tres capas de la piel: epidérmicas, dérmicas y subdérmicas.
A medida que esta capa concreta de la piel envejece, se vuelve más sensible a la luz UV.
La piel es menos eficiente para autocurarse, y una reducción de la función inmunitaria puede dar lugar a un aumento de las infecciones en la piel, conjuntamente con una cicatrización más lenta de las heridas.
Capas dérmicasA partir de los 25 años de edad se observa una reducción anual del 1% del colágeno, uno de los “ladrillos de construcción” de la piel.
Junto a una declinación de la elastina, dando lugar a una desorganización del tejido cutáneo.
La estructura de la piel se deteriora y es más probable la aparición de arrugas.
La reducción de la elasticidad hace que la piel sea más propensa a lesionarse y a que se rompan vasos capilares.
La reducción de la circulación sanguínea equivale a un suministro menos eficiente de nutrientes y oxígeno a la superficie.
Esto conduce a una disminución del brillo rosado del que disfruta la piel joven.
Capas subdérmicasEn las capas más profundas, los cambios más notables residen en el tamaño y el número de las células que almacenan lípidos en la capa adiposa.
Esta disminución ejerce un impacto sobre la pérdida de volumen y puede dar lugar a su vez a la formación de arrugas profundas, mejillas huecas y un deterioro de la curación de heridas.
Fuente: Eucerín